lunes, 3 de enero de 2011

PSICOLOGÍA NATURISTA






La sabiduría de la abuela

Cuando yo tenía diez años, en algunos lugares eran habituales las estufas de hierro fundido y las tuberías de hojalata para combatir el terrible frío invernal. A veces, las estufas se ponían al rojo vivo. Recuerdo, como si lo estuviera viendo ahora, el impacto que me causó la visión de la hija de uno de mis profesores que, llena de curiosidad, apoyaba la mano sobre el tubo candente y se quedaba llorando, con gritos como los de un animalito desesperado, sin apartar la mano.
Yo sentía el olor a carne quemada y veía el humo, y la niña con la mano clavada a la tubería, como si le hubiera dado un calambre por la electricidad, pero no conseguía entender qué estaba sucediendo. Tardé unos segundos, que me parecieron largas horas, en darme cuenta que era una niña nacida con algún tipo de malformación cerebral.
Dos días más tarde, veía con angustia como mi prima, jugando con el entusiasmo típico de los cinco años, se acercaba imprudentemente a la estufa sin hacer demasiado caso de las continuas advertencias de la abuela. Todavía impresionado por el incidente vivido no hacía mucho, me abalancé sobre ella para apartarla del peligro. La abuela me recriminó: "Déjala que se haga una pequeña quemadura. Le irá bien para aprender a respetar el fuego."
En aquel entonces, me parecieron unas palabras increíblemente crueles. Tardé más de veinte años en comprender la sabiduría que las había inspirado.

Cuando tenía treinta años, conocí a un matrimonio joven que había puesto una baranda de madera en el antepecho de la ventana del dormitorio de su hija para evitarle el riesgo de caer desde un cuarto piso si se daba el caso que se subiera a una silla. Un mal día, en plena limpieza general, a la madre se le acabó el líquido limpia cristales, y dejó a la niña sola unos minutos para bajar a la tienda a comprar más. Cuando volvía a casa, vio horrorizada como su hija se desplomaba al vacío por la ventana que se había olvidado de cerrar.

Unos meses después de esta tragedia, en una comida campestre en la cima de una colina al norte de Méjico, yo sufría enormemente cada vez que la hija de mis anfitriones se acercaba demasiado a los límites del barranco. Mi amigo mejicano, que se percató, me vino a dar consuelo: "¿Qué te pasa?"- me dijo-"¿Tienes miedo de que mi hija caiga por el barranco? No tienes porqué sufrir. Los animales no se despistan y no caen, ¿qué te hace pensar que mi hija es más estúpida que un ternero o que una cabra?".

Le expliqué al buen padre mejicano la tragedia del matrimonio catalán y él me dijo, inmediatamente: "Esa pobre criatura cayó porque no había aprendido a detectar de manera natural los peligros de la vida. Tus amigos cometieron el error de no confiar en sus instintos de supervivencia animal y la sobreprotegieron hasta convertirla en una personita inválida, incapaz de detectar y evitar los peligros que la rodeaban". Sentí como se multiplicaba el dolor en mi alma mientras le daba a mi amigo mejicano la parte de razón que le correspondía. Entonces, de repente, a veinte años de distancia, recordé las palabras de la abuela y comprendí su sabiduría.


La inteligencia eficaz

Parece bastante evidente que de nada sirve poseer una fabulosa inteligencia analítica y una gran capacidad de razonamiento si eso significa perder la inteligencia animal congénita. No tiene sentido afirmar que una persona es muy inteligente si ha perdido las capacidades más elementales del instinto de conservación. Quizá podríamos afirmar que tiene una gran inteligencia analítica o racional, pero no una gran inteligencia, entendiendo ésta como una capacidad global.
Si la inteligencia no nos sirve para vivir, sobrevivir y pervivir, no es inteligencia. Como afirmó la profesora Sandra Scarr de la Universidad de Virginia en un Simposio internacional sobre inteligencia realizado en 1986: "La inteligencia es la estrategia vital de adaptación al mundo real que nos rodea". La inteligencia, pues, tiene que considerarse como un conjunto armónico de distintas capacidades separadas.
Desde la creación a principios del siglo XX de los tests psicométricos para medir la inteligencia mediante el coeficiente intelectual, CI, la identificación de la inteligencia humana con el CI ha sido, muy a menudo, abusiva. Desde hace tres décadas, son cada vez más los científicos que denuncian que el CI sirve para medir la llamada inteligencia académica o analítica pero que no sirve para prever ni el éxito laboral ni la capacidad de triunfar en la sociedad o con la familia.
Cada año que pasa se hace más evidente la necesidad de recurrir a conceptos de inteligencia más complejos, más ricos, que alcancen las verdaderas dimensiones de la realidad humana. Para solucionar este déficit, se ha hablado de inteligencia social, de inteligencia práctica, de inteligencia creativa, de inteligencia operativa, de inteligencia emocional, de sentido común, etc. Se ha hecho particularmente famosa la opción defendida desde 1983 por el neurocientífico Howard Gardner, de la Universidad de Harvard, de distinguir inteligencias múltiples especializadas en diferentes funciones.
En cualquier caso: hablar de inteligencia es hablar de la valoración que, desde unos determinados ejes de coordenadas culturales, hace un determinado observador de unas actuaciones concretas. Nuestra opinión es que hay una única inteligencia formada por tantos componentes o habilidades específicas como sea necesario o como se quieran destacar por separado, pero que el objetivo de sabernos acomodar o de ser capaces de transformar el mundo real que nos rodea "de la mejor manera posible" configura el concepto de inteligencia que de verdad nos sirve para afrontar la vida. Con la Dra. Elisabet Tubau hemos acordado darle el nombre de inteligencia eficaz con la finalidad de distinguirla de los conceptos precedentes que acabo de mencionar y que, en nuestra opinión, quedan perfectamente integrados, todos ellos, dentro de este concepto globalizante e integrador. La inteligencia eficaz tiene que abarcar, por lo tanto, todas las funciones adaptativas que ha quedado demostrado que la globalidad del cerebro y el sistema neurológico hacen para afrontar la vida cuotidiana. Tanto si son respuestas conscientes como si son inconscientes. Tanto si son respuestas racionales como si son respuestas instintivas o intuitivas. Tanto si son especializadas como de ámbito general.


Las tres capas de una evolución

Las teorías evolucionistas plantean que el cerebro humano ha evolucionado desde el cerebro básico de los reptiles (tallo encefálico, cerebelo, sistema reticular y poca cosa más) hasta el cerebro actual (con el neocórtex especializado en tareas cognitivas superiores), pasando por el estadio intermedio del cerebro mediano de los mamíferos más primitivos (el llamado sistema límbico: amígdala, tálamo, glándulas basales, etc.). La anatomía cerebral y las neurociencias muestran que hay en los humanos órganos cerebrales claramente heredados de esta evolución, todavía integrados todos ellos en una única red neuronal que lo interconecta todo. En 1949, Paul D. MacLean del National Institute of Mental Health enunciaba que nuestro cerebro todavía funciona con separaciones bastante claras entre los tres niveles cerebrales que hemos heredado de nuestros predecesores a lo largo de la evolución.

Acogiéndonos a las sugerencias de MacLean y a gran cantidad de investigaciones neuropsicologías y etológicas posteriores que, a nuestro parecer, le conceden buena parte de razón. Delante de un estímulo (externo o interno) el cerebro reptiliano -el nivel más antiguo dentro de la evolución- actúa siempre instintivamente, dando una respuesta neuroquímica automática dentro del espectro básico de las motivaciones animales: atracción, repulsión o duda (ataque, huida o parálisis).


Las tres capas evolutivas del cerebro

Los instintos y su progresiva mejora evolutiva a lo largo de la programación genética son suficientes para garantizar la adaptación al mundo real (y, en consecuencia, la supervivencia) de los reptiles y de los animales más primarios en la escala evolutiva. Si soy una rana o un camaleón y un objeto pequeño vuela a mi alcance, le lanzo la lengua y me lo trago automáticamente. Si el objeto era un cebo, me lo tragaré una y otra vez. No tengo modo de aprender y de corregir mi instinto.




Los cerebros de los mamíferos primitivos y de las aves son el resultado de una evolución que añade el córtex (el cerebro límbico). Son animales capaces de procesar los estímulos sensoriales que reciben y la respuesta instintiva que les da el cerebro reptiliano con un nuevo nivel de complejidad: las emociones. Son animales capaces de tener memoria de las vivencias asociadas con respuestas hormonales de aceptación o rechazo (placer o dolor) según los resultados obtenidos.
Tengo miedo porque corro. Estoy triste porque lloro. Si recuerdo que cuando me he tragado un objeto de las mismas características que el actual, me ha causado dolor en el vientre o un malestar, inhibiré el instinto de atraparlo con la finalidad de evitar el dolor. El cerebro límbico proporciona siempre la respuesta emocional básica automática, del tipo hormonal, que genera un determinado nivel de palpitaciones, agitación en la respiración, expresión facial, sudoración, conductividad eléctrica de la piel, etc. y, el hecho más importante, conserva la memoria de las vivencias indexadas por las emociones que las han acompañado.

No obstante, en el mundo más complejo de los mamíferos más avanzados, especialmente cuando llegamos a los primates, las emociones tampoco no son suficientes para adaptarse como es debido y sobrevivir. No siempre la emoción generada servirá para clasificar correctamente las vivencias futuras. Que una determinada circunstancia te recuerde un malestar pasado no quiere decir, necesariamente, que lo tengas que rechazar. Sería preciso analizar mejor las posibles eventualidades, sería necesario poder imaginar y planificar por adelantado las posibles consecuencias de actuar de una determinada manera. Es la evolución del neocórtex, la corteza externa del cerebro, el cerebro filogenéticamente más moderno, el cerebro analítico que recoge los estímulos iniciales, las respuestas instintivas, las respuestas emocionales, los recuerdos asociados y genera razonamientos para ayudar a escoger la mejor acción.

Cada nivel cerebral interacciona con los otros dos y se crean así circuitos más complejos y más enriquecedores para la diversidad humana y las diferencias individuales: la regulación racional de los instintos y de las emociones son dos de los más destacados. Pero, a nuestro entender, la alimentación de los instintos del cerebro reptiliano y de las intuiciones del cerebro emocional al cerebro analítico son dos de las interacciones que han sido peor estudiadas, probablemente por una injusta mala prensa o un prejuicio excesivo contra la "animalidad" subyacente que nos cuesta mucho de poder ver de manera neutral y las acostumbramos a valorar como negativas por cuestiones meramente culturales.


El objetivo de la tesis doctoral

La investigación, realizada dentro del programa de doctorado del Dr. Santiago Estaún de la Universitat Autònoma de Barcelona y dirigida por la Dra. Elisabet Tubau de la Universitat de Barcelona, ha consistido en intentar demostrar que la conexión del cerebro emocional con respecto al cerebro analítico puede ser positiva a la hora de solucionar un determinado tipo de problemas. De hecho, la resolución de problemas cotidianos es una de las maneras más fiables de medir la inteligencia eficaz. Si nuestra teoría es correcta, los impulsos sensoriales captados por los cerebros reptiliano y emocional, tienen que ser aprovechados por el cerebro analítico para facilitar el acceso a la solución de aquel tipo de problemas en los que esta información sensorial forma parte de la vía normal de la resolución.

Se entenderá mejor lo que queremos expresar con el ejemplo de uno de los problemas que hemos utilizado en los experimentos realizados. Es un problema de los llamados de perspicacia o de "comprensión súbita" porque el acceso a la solución suele ser difícil y acostumbra a venir de una manera instantánea, con la sensación de una lámpara que se ilumina de golpe (en inglés, insight).


El problema de las tres bombillas

Uno de los problemas principales que han formado parte de la investigación experimental plantea la siguiente situación: "Imagina que estás practicando esquí nórdico y que te has hecho daño en una pierna. Has podido llegar, con grandes dificultades, a un refugio de montaña que conoces. Estás solo y no tienes teléfono, ni emisora de radio ni ninguna manera de contactar con nadie. Te tienes que preparar para pasar en el refugio todo el tiempo que sea necesario hasta que alguien aparezca. El dormitorio se encuentra en el altillo y tiene tres bombillas en línea. Los tres interruptores se encuentran al pie de la escalera pero recuerdas, de anteriores ocasiones, que no están en orden. Desde abajo no hay manera humana de ver el impacto luminoso del accionamiento de los interruptores. Como no te conviene gastar más luz de la estrictamente necesaria, te iría bien saber cuál es la correspondencia exacta entre las tres bombillas y los tres interruptores. ¿Cómo puedes hacerlo para averiguarlo en un solo viaje?".

Si el lector no conocía el problema, le recomendamos que haga una pausa en la lectura e invierta un máximo de cinco minutos en intentar encontrar la solución.


La solución

¿Ya han pasado los cinco minutos? Si has encontrado la solución, piensa que formas parte de una minoría. El problema no es nada fácil y lo resolvieron sin ayudas sólo un 15% de los participantes.

Si no has sido capaz de resolverlo, contesta por favor, a una simple pregunta: ¿Te has quemado nunca con una bombilla? Ahora vuelve a cronometrarte dos minutos más y a ver si eres capaz de encontrar la solución dentro de este tiempo añadido.

¿Ya han pasado los dos minutos? Si tampoco no has sido capaz de resolverlo, te daré la última pista esencial: no basta con jugar con los estados de encendido y apagado; una bombilla es alguna cosa más que un simple punto de luz, tienes que jugar también con las diferencias de temperatura.

¿Ahora sí, verdad? Ahora ya no se te escapa la solución.


Los resultados de la investigación

En los trabajos de investigación experimental se realizaron 3 experimentos diferentes con un total de 247 participantes. En el Experimento núm. 1 se comparaba el éxito en la resolución del problema de las bombillas con el éxito en la resolución de tres problemas diferentes (uno de tipo aritmético, uno de tipo algebraico y uno de tipo lógico). Los resultados mostraron que solo hay ciertos indicios de correlación con el problema de tipo aritmético.

En el Experimento núm. 2 se proporcionaban ayudas verbales y ayudas metacognitivas. (Se dice que una ayuda es del tipo metacognitivo cuando aporta explicaciones sobre cuál es el método de resolución.) En el caso que nos ocupa, la resolución pasa por saber diferenciar tres elementos clónicos en una única oportunidad de comparación. No importa que los elementos clónicos a diferenciar sean tres bombillas, tres mellizas o tres motos idénticas. El procedimiento común será siempre el mismo: crear las condiciones para que cada uno de los tres elementos tenga un estado distinto. Y esto nos lo podrá proporcionar cualquier característica que pueda adoptar tres valores distintos. Si las características que tengo disponibles son todas de tipo binario (apagada o encendida, caliente o fría), necesitaré combinar dos distintas.

Combinando de diferente manera las ayudas verbales y metacognitivas, en el Experimento núm.2, los participantes consiguieron duplicar el número de aciertos. Pero evidenciaron que las ayudas del tipo metacognitivo son muy poco efectivas. A pesar de que los participantes aprendían qué se tenia que hacer para distinguir entre tres elementos clónicos, les seguía suponiendo un gran esfuerzo superar la fijación de que una bombilla sólo sirve para iluminar y atinar en que la temperatura de la bombilla era la segunda variable necesaria para poder discernir los tres estados distintos.

En el Experimento núm.2 se medía también, la capacidad de los participantes de superar las fijaciones funcionales ("las cosas sólo sirven para aquella función para la cual han sido creadas") y se observó una correlación clara: a más capacidad de superar las fijaciones funcionales de las que proponíamos en el cuestionario núm.2, más éxitos en la resolución del problema de las bombillas. Mientras que los que no habían superado ninguna fijación funcional sólo tuvieron éxito en un 26%, los que habían superado una de las fijaciones funcionales obtuvieron una proporción de éxito del 46% y entre los que habían superado las dos fijaciones funcionales, el índice de éxito se elevó hasta el 71%.

En el Experimento núm.3 se proporcionaron ayudas verbales y sensoriales. La ayuda consistía en hacer que el participante desenroscase una bombilla apagada pero previamente calentada. Los resultados evidenciaron que las ayudas del tipo sensorial fueron mucho más efectivas que las del tipo verbal y que las del tipo metacognitivo. Combinando de distintas formas las ayudas verbales y sensoriales, en el Experimento núm.3, conseguiríamos cuadruplicar el número de éxitos hasta elevarlo al 87%, haciendo que el problema (inicialmente muy difícil) se convirtiera en muy fácil.

Se analizó, también, la correlación con la vivencia previa de quemaduras con bombillas y el resultado fue altamente significativo: los participantes que no se habían quemado nunca obtuvieron unos resultados muy por debajo de la media y los participantes que se habían quemado en alguna ocasión, triplicaron su eficacia mediana en la resolución del problema.


¿Qué conclusiones podríamos extraer de estos resultados experimentales?

La primera de todas: que los consejos de la abuela y de mi amigo mejicano estaban llenos de sabiduría. Las experiencias sensoriales aportan un nivel de conocimiento del entorno muy superior al que aportan las simples advertencias verbales.

La segunda conclusión: intentar transmitir el conocimiento sobre la manera de actuar de la cognición (ayudas metacognitivas) tiene una eficacia bastante baja, en cambio, si combinamos las ayudas metacognitivas con las experiencias vivenciales (la teoría con la práctica), la eficacia será más alta. Resumiendo: el cerebro analítico está hecho para entender, pero el cerebro que nos ha otorgado la evolución para que aprendamos es el cerebro emocional. Si queremos aprender las cosas de una manera duradera, las tenemos que acompañar de emociones. Y una vía directa para hacerlo son las vivencias. Una vez más la abuela tenía razón.

Una tercera conclusión: se tendría que introducir en la educación formal de los niños esta clara necesidad de utilizar el cerebro emocional para consolidar los conocimientos y adaptar los planes de formación en consecuencia. A algunos, les sonará como un simple retorno a las teorías supuestamente superadas de, por ejemplo, la Escuela Activa de Ferrer i Guardia. Otros verán la ley del péndulo: la vuelta, llena de nuevas energías dinámicas y después de haber completado un ciclo entero, a un punto que fue abandonado cuando todavía no había aportado todo lo que podía aportar. Nuestras sugerencias pasan por temas tan importantes como incorporar en la educación de los niños: la gestión adecuada de los impulsos instintivos y las alertas sensoriales, la gestión adecuada de las emociones y de las intuiciones como posibles vías de acceso al conocimiento, el conocimiento de los errores y de las ilusiones cognitivas más comunes, la conciencia de los diferentes atributos de los objetos, la superación de las fijaciones funcionales, etc.

En todo caso, opinamos que será necesario abrir con valentía esta nueva puerta: la inteligencia instintiva del cerebro más antiguo, la inteligencia intuitiva del cerebro emocional y la inteligencia racional del cerebro analítico tienen que integrarse con sus valores auténticos (ni infravaloradas, ni sobrevaloradas) en el funcionamiento cotidiano, en la inteligencia cuotidiana de los humanos.

El instinto se tiene que escuchar siempre, porque nos aporta información de importancia vital. Pero también la tenemos que filtrar siempre con las capas superiores del cerebro; antes de reaccionar, mientras estamos reaccionando o a posteriori, según cuál sea la velocidad de la reacción.

Las emociones nos aportan recuerdos y asociaciones inmediatas. Tenemos que hacer caso a Pascal: "El corazón tiene motivos que la razón ignora" y también las tenemos que escuchar siempre. Pero al servicio de la inteligencia global, sin caer en espontaneidades ingenuas.

Tenemos que adaptarnos de la mejor manera posible al entorno, pero esto puede significar tener que luchar para transformarlo y adaptarlo a nuestros intereses vitales. O huir a tiempo si es demasiado hostil e imposible de transformar. Es en esta actuación sobre el entorno donde la coordinación entre las tres capas cerebrales se revela, sin duda, de una forma más sustancial.

El cerebro analítico tiene que volver a aprender a hacer más caso de sus compañeros del largo viaje de la evolución. Son tres en una. El reto está en conseguir que sean, además, tres a una. Tres mentes al servicio de una función común: el incremento de la inteligencia eficaz. Es decir: el incremento de la calidad de vida.

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