lunes, 15 de noviembre de 2010

LA ENTREVISTA EN TERAPIA NATURAL






La pregunta

Todo ser racional, en un momento u otro de su vida, tiene que detenerse a pesar de su más o menos agitado ritmo de vida diaria, para enfrentarse con la pregunta clave que, surgida en innumerables tonos y matices desde su interior, acaba al fin por imponerse ante su razón como el enigma fundamental que exige una respuesta clara, inmediata y contundente: «Yo, ¿por qué existo?, ¿para qué estoy viviendo?, ¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿qué es la vida?»


Las reacciones

Son realmente muy diversas las reacciones que esta pregunta y sus variantes provocan en las personas.

a) Los que no quieren saber nada

Son numerosas las personas que ante preguntas «tan extrañas, tan desusadas», después de otear brevemente su horizonte intelectual, después de revisar rápidamente su archivo de datos y experiencias personales, y presionados al mismo tiempo por los problemas inmediatos a resolver o por su rutina habitual de la acción, zanjan la cuestión con un elocuente encogimiento de hombros y prosiguen las actividades, las luchas y los problemas que llenan el detalle de su vida, siguiendo sin comprender nada de esa vida en la que luchan y por la que luchan, sin esforzarse en descubrir lo más mínimo sobre el sentido que pueda tener su existencia, y más bien sintiéndose aliviados al alejar de sí tales pensamientos perturbadores.

b) Los que ya lo saben todo

Otras personas, las más, se contestarán a sí mismas de acuerdo con las lecciones aprendidas en su período infantil o juvenil de formación. Y aquí encontramos varios grupos.
El grupo en el que prevalece la formación, digamos científica, se satisfará -y quizás con aplomo- afirmándose que la vida no es más que un proceso de lucha por la supervivencia, de adaptación progresiva al medio ambiente, de procesos orgánicos en curso de indefinida evolución, etc.
El grupo en el que predomina el aspecto religioso tradicional, de acuerdo con la formación recibida en su infancia, nos repetirá quizás, que la vida es el campo de experimentación creado por Dios, para que el hombre, luchando eficazmente por el bien y en contra del mal, merezca de la divina misericordia ganar la felicidad eterna en el cielo. Y si, por el contrario, no impone en último término su voluntad sobre el mal, será condenado a las penas del infierno por toda la eternidad.
Existe también el grupo de los que mantuvieron durante un tiempo una visión idealista de la vida, pero que ante los fracasos y desengaños, o bien presionados por sus incentivos más inmediatos y materiales, abandonan aquella postura inicial para caer en una especie de escepticismo y adoptan una filosofía que denominan «más realista».

c) Los que saben algo, pero no saben exactamente qué

Hay otras personas que después de haber hecho «sabias incursiones en el terreno de las más variadas escuelas filosóficas al objeto de «aclararse un poco más» y después de haberse adherido por turno quizás a tres, cinco o diez de los «mejores» filósofos acaban con un lío tan tremendo en su cabeza que ya no consiguen mirar nada por sí mismos y solamente saben pensar en términos de tal o cual «autoridad».
Algo parecido ocurre con otro grupo, que después de haber descubierto que en todas las grandes religiones, como también en la teosofía y en el ocultismo, hay cosas excelentes, y que algunas verdades y aspectos éticos son comunes o similares, acaban aceptando «un poco» de todo, resultando de ello un confuso y espeso «potaje intelectual», que por su contenido de dudas e ideas contradictorias, anula toda posibilidad de trabajo espiritual concreto y positivo.

d) Los que sólo saben que no se puede saber

Hay también, claro está, ese grupo enorme formado por los agnósticos, grupo que con una pirueta lógica asombrosa, toma como punto de partida la conclusión firme de que al hombre le es totalmente imposible llegar a conocer nada verdadero sobre el sentido de la vida, si es que la vida pudiera tener realmente algún sentido. Y partiendo de esta postura «tan racional» ahogan desde su nacimiento cualquier deseo de investigar, cualquier intento de enfrentarse ante el problema con la mente abierta.
Hay muchos grados y matices en esta postura. Desde el que trata de avalarla con argumentos sacados de las ciencias naturales o de la historia de la humanidad, hasta el que ni siquiera trata de apoyarla en nada. Son los militantes más o menos declarados de este grupo los que proclaman «slogans» tan miopes y tan infantiles, pero pronunciados con la convicción de que se trata de verdades profundas y definitivas, como los siguientes: «Hay que vivir con filosofía: aprovechar los buenos ratos que la vida nos depare y aguantar con resignación los malos tragos que no podamos esquivar.» «No hacer daño a nadie y que nadie se meta conmigo.» «Yo, ir a por lo mío y que cada cual solucione sus problemas.» «La vida es una tragedia irremediable, aunque algunos se empeñen en engañarse con sueños dorados.» «Lo único que tiene sentido es vivir intensamente, lo que sea y como sea», etc.

e) Esos pocos que sinceramente tratan de ir aprendiendo algo

No es mi intención con todo esto desconocer o menospreciar los estupendos logros ni las valiosas ayudas que las ciencias, la religión o la filosofía, dentro de sus respectivos terrenos, han prestado ala humanidad en general y a muchas personas en particular que con sincera dedicación e inteligente entrega han buscado a través de ellas un mejoramiento personal y social.
Ni tampoco trato de ignorar la existencia, creo que cada día más numerosa, de personas de todas edades y de todos. los niveles sociales y culturales, que sincera y honradamente buscan nuevas ideas, valores y experiencias, que les aproximen a una mayor autenticidad, que les acerquen a una más clara comprensión y que les permitan una mayor eficacia en el cumplimiento del destino de sí mismos y de la Humanidad, destino que a la vez tratan de descubrir y de crear.
Pero creo que a veces puede ser conveniente destacar, mediante contrastes, aquellas posturas que, por lo frecuentes, tienden a diluirse en el «magma» de la opinión común y que a fuerza de repetirse llegan a aceptarse como normales hasta impedirnos el poder ver su falta absoluta de autenticidad, su estrecha parcialidad o bien su peligrosa superficialidad.
En las personas de los grupos indicados más arriba, y creo que todos conocemos abundantes casos reales de todos ellos, podemos constatar la tendencia a adoptar una actitud de afirmación personal, como una necesidad de afirmarse a sí mismos en aquello que afirman o niegan.
Y parece que la necesidad de esta afirmación personal es para ellos de más importancia que la misma respuesta afirmativa o negativa al problema en cuestión; incluso más importante que el mismo problema.
Creo que es principalmente esta actitud la que incapacita a la persona para ver y descubrir nada realmente nuevo. Es el gesto de hincharse a sí mismo en la pretensión de ser y estar completo en sí mismo. Y, verdaderamente, en esta situación, en este estado, no hay sitio para nada más.
La otra actitud que también incapacita para ver y descubrir, es precisamente la opuesta, esto es, la de encogerse. Es la actitud del miedo, es la actitud de quien está en el mundo sintiéndose con el riesgo constante de ser gravemente lesionado, física o moralmente. Y necesita estar defendiéndose, ocupar el menor sitio posible: el menor sitio físico, afectivo y mental. Y por esto, tampoco hay aquí sitio para nada nuevo.
Las únicas personas que tienen una oportunidad de descubrir alguna nueva verdad son las que con sencillez y sinceridad son capaces de enfrentarse con el mundo, con la vida, en esa disposición, mezcla de curiosidad, interés y admiración, que siente el niño ante cada cosa nueva que se le presenta en su experiencia cotidiana, viendo en ella algo mágico y maravilloso que a la vez le atrae y exige ser desentrañado. Son las personas que ante la importancia del descubrimiento que presienten se olvidan de sus propias cualidades, defectos y problemas, para entregarse con todo su ser, abierto y receptivo, primero al tímido acercamiento y tanteo, y luego a la incondicional búsqueda y total penetración del misterio.
En este terreno, como en toda búsqueda sincera y directa de cualquier realidad, las actitudes rígidas o preconcebidas resultan absolutamente perjudiciales: la actitud afirmativa resulta negativa y la actitud negativa, igualmente negativa. Porque en ambos casos la persona está cerrada en sí misma. Descubrir implica abrirse, soltarse y mirar con hambre de comprensión todo el tiempo que haga falta hasta que la cosa quede descubierta ante nuestra mente. Hemos de abrirnos primero a ella, si queremos que ella se descubra a nosotros.
Por eso nuestra tarea tiene que basarse en un trabajo personal de investigación y de maduración. Todo cuanto vamos a hablar se refiere a normas, a consignas, a consejos, para que cada uno pueda seguir descubriéndose a sí mismo y a la vez vaya descubriendo la vida, y no se contente con decir simplemente: «la vida es esto». No; hay que llegar hasta allí y verlo por sí mismo. Más que definiciones o tesis de ninguna clase, lo que se impone es un trabajo personal de progresivo desarrollo, de descubrimiento permanente, y estimo que esta es la única manera de conseguir que cada uno pueda llegar a estar seguro de lo que ve, porque entonces lo que llegue a saber será una comprobación de su misma experiencia, de la evidencia de su mismo vivir.

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